Página 143 - Libro de Lengua y Literatura de Tercero de Bachillerato

Textos literarios ecuatorianos de los siglos XIX-XXI

Cargando Página 143 - Libro de Lengua y Literatura...

Contenido Página 143 - Libro de Lengua y Literatura de Tercero de Bachillerato

1. Leo el fragmento

El malo

Autor Enrique Gil Gilbert

Duérmase niñito,
duérmase por Dios;
duérmase niñito que allí viene el cuco,
¡jahá! ¡jahá!
Y Leopoldo elevaba su destemplada voz meciéndose a todo vuelo en la hamaca,
tratando de arrullar a su hermanito menor.

—¡Er moro!
Así lo llamaban porque hasta muy crecido había estado sin recibir las aguas bautismales.
—¡Er moro! ¡jesú, qué malo ha de ser!
—¿Y núa venío tuabía la mala pájara a gritarle?
—¿az que quando uno es moro la mala pájara pare...
—No: le saca los ojitos ar moro.

San José y la virgen fueron a Belén a adorar al niño
y a Jesús también.
María lavaba, San José tendía los ricos pañales
que el niño tenía,
¡jahá! ¡jahá!
Y seguía meciendo. El cuerpo medio torcido, más elevada una pierna que otra, sólo
la más prolongada servía de palanca mecedora. En los labios un pedazo de res: el “rompe camisa”.

Más sucio y andrajoso que un mendigo, hacía exclamar a su madre:

—¡Si ya nuai vida con este demonío! ¡Vea: si nuace un ratito que lo hei bestío y ya anda como de un mes!
Pero él era impasible. Travieso y malcriado por instinto. Vivo; tal vez demasiado vivo.
Sus pillerías eran porque sí. Porque se le antojaba hacerlo.
Ahora su papá y su mamá se habían ido al desmonté. Tenía que cocinar. Cuidar a
su hermanito. Hacerlo dormir, y cuando ya esté dormido, ir llevando la comida a sus taitas. Y lo más probable era que recibiera su cueriza.
Sabía sin duda lo que le esperaba. Pero aunque ya el sol “estaba bastante paradito”,
no se preocupaba de poner las ollas en el fogón. Tenía su cueriza segura. Pero ¡bah!
¿Qué era jugar un ratito?... Si le pagaban le dolería un ratito y… ¡nada más! Con
sobarse contra el suelo, sobre la yerba de la virgen…
Y viendo que el pequeño no se dormía se agachó; se agachó hasta casi tocarle la
nariz contra la de él.
El bebé, espantado, saltó, agitó las manecitas. Hizo un gesto que lo afea y quiso
llorar.
—¡Duérmete! —ordenó.
Pero el muy sinvergüenza en lugar de dormirse se puso a llorar.
—Vea ñañito: ¡duérmase que tengo que cocinar!