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Página 22 - Libro de Lengua y Literatura 2 de Octavo Grado

¿Qué es una novela de aventuras?

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Contenido Página 22 - Libro de Lengua y Literatura 2 de Octavo Grado

Estaba tendida, perfectamente inmóvil, con los ojos muy abiertos, observando cómo la oscuridad se espesaba y congelaba a su alrededor. Temía moverse, casi temía respirar.

Nunca anteriormente se había encontrado sola de noche, y siempre había tenido cerca una hoguera para mantener a raya la oscuridad desconocida. Finalmente no pudo domarse más y lloró de angustia. Su cuerpecito se sacudía con sollozos y el hipo lo contraría, y su desahogo sirvió para adormecerla. Un animalito nocturno la olfateó con curiosidad amable sin que ella se diera cuenta.

¡Despertó gritando!

El planeta seguía inquieto, y rugidos lejanos que resonaban por dentro la devolvieron a su horror en una espantosa pesadilla. Se puso de pie, quiso echar a correr, pero sus ojos no podían ver más, abiertos, que con los párpados cerrados. Al principio no pudo recordar dónde se encontraba. Su corazón palpitaba fuertemente: ¿por qué no podía ver? ¿Dónde estaban los amorosos brazos que siempre habían estado allí para reconfortarla cuando despertaba de noche? Poco a poco el recuerdo consciente de su terrible situación se fue abriendo paso en su mente y, tiritando de frío y de miedo, volvió a hacerse un ovillo y a sumirse en el sueño. [...]

[Ilustración: chica acurrucada entre hojas]

Le había venido bien el día anterior tener agua corriente, pero no le servía de mucho para aplacar el hambre. Sabía que podía comer raíces y vegetales, pero no sabía lo que era comestible. La primera hoja que probó era amarga y le lastimó la boca; la escupió y se enjuagó para quitar el mal sabor, pero eso la hizo vacilar en cuanto a probar otras. Bebió más agua porque le daba una sensación pasajera de estar ahita, y volvió a la orilla río abajo. Los profundos bosques la atemorizaban, y se mantuvo cerca del río mientras brilló el sol. Al caer la noche, abrió un hoyo en las agujas que cubrían el suelo y se acurrucó nuevamente entre ellas para dormir.

Su segunda noche de soledad no fue mejor que la primera. Al mismo tiempo que el hambre un temor helado le contraía el estómago; nunca había sentido semejante temor, ni tanta hambre: nunca había estado tan sola. Su sensación de pérdida era tan dolorosa que empezó a bloquear el recuerdo del terremoto y de su vida anterior a él; y pensar en el futuro la puso al borde del pánico, de manera que luchó por apartar también esos temores de su mente. No quería pensar en lo que pudiera suceder ni en quién pudiera encargarse de ella.[...]

El viaje se dificultó cuando la selva de árboles siempre verdes cambió por una vegetación más abierta, y cuando el suelo cubierto de agujas dejó el paso a matorrales, hierbas y herbajes que cubren generalmente el suelo debajo de árboles de hojas caducas y más pequeñas. Cuando llovía, se encogía bajo un tronco caído o una roca grande o ramas extendidas o simplemente se dejaba lavar por la lluvia sin dejar de avanzar pesadamente por el barro. De noche, amontonaba hojas secas caídas la temporada anterior, y se enterraba en ellas para dormir. [...]

La luz del sol, al penetrar en su nido, la despertó. Salió de la cómoda bolsa entibiada por el calor de su cuerpo y se dirigió al río para beber agua, con hojas secas todavía pegadas a su piel. El cielo azul y el sol brillante eran un consuelo después de la lluvia del día anterior. [...] Una pendiente abrupta la separaba del agua. Empezó a bajar cuidadosamente, pero perdió pie y cayó rodando hasta abajo.