Página 23 - Libro de Lengua y Literatura 2 de Octavo Grado
¿Qué es una novela de aventuras?
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Se quedó tendida, raspada y dolorida en el barro junto al agua, demasiado cansada, demasiado débil y demasiado infeliz para moverse. Gruesos lagrimones se formaban en sus ojos y corrían por su rostro, y tristes lamentos rasgaban el aire. Nadie la oyó. Sus gritos se convirtieron en plañidos rogando que alguien fuera a ayudarla. Nadie fue. Sus hombros se sacudían con sollozos mientras lloraba su desesperanza. No quería ponerse en pie, no quería seguir adelante pero ¿qué más podría hacer allí, llorando en el barro?
Cuando dejó de llorar se quedó tendida junto al agua. Al sentir que una raíz se le incrustaba en el costado y que su boca sabía a lodo, se sentó. Entonces, cansadamente se puso en pie y fue a beber un poco de agua del río. Echó a andar de nuevo.[...]
Del otro lado del río y más allá, se extendían hasta el horizonte pequeñas flores herbáceas blancas, amarillas y púrpuras, que se combinaban en el brillante y fresco verdor a medio crecer de la hierba, con una vida nueva. Pero la niña no se fijaba en la efímera belleza primaveral de la estepa: la debilidad y el hambre la hacían delirar, y empezó a tener alucinaciones.
—Dije que tendría cuidado, madre. Solo nadé un poco, pero ¿adónde te has ido? —murmuraba—. ¡Madre!, ¿cuándo vamos a comer? Tengo tanta hambre y hace tanto calor. ¿Por qué no viniste cuando te llamaba? Llamé y llamé y no viniste. ¿Dónde has estado? ¿Madre? ¡Madre! ¡No te vayas de nuevo! ¡Quédate aquí, Madre, espérame! No me dejes.
Corrió hacia donde había visto el espejismo, y la visión se fue apagando, siguiendo la base del farallón, pero ese se alejaba de la orilla del agua, apartándose del río. La niña abandonaba su provisión de agua. Corriendo ciegamente se golpeó el dedo gordo del pie con una piedra y cayó bruscamente. Eso casi la devolvió a la realidad. Se sentó frotándose el dedo y tratando de ordenar sus pensamientos.[...]
Una manada de uros se apacentaba pacíficamente en la lozana hierba nueva que crecía entre el farallón y el río. En su ciega precipitación por perseguir un espejismo la niña no se había fijado en el ganado salvaje, de un rojo moreno y un metro ochenta de altura en la cerviz con inmensos cuernos curvos. Cuando se dio cuenta, un temor repentino limpió las últimas telarañas de su cerebro. Retrocedió pegándose a la muralla rocosa, sin apartar la vista de un robustísimo toro que había dejado de pacer para observarla; entonces se dio vuelta y echó a correr.
Volvió la mirada por encima del hombro, contuvo la respiración al vislumbrar un súbito borrón en movimiento y se paró en seco. Una enorme leona, dos veces mayor que cualquier felino que hubiera de poblar las sabanas mucho más al sur en una era muy ulterior, había estado rondando la manada. La niña, ahogó un grito al ver que la monstruosa gata se arrojaba sobre una vaca salvaje.
[Ilustración: niña junto al río persiguiendo un espejismo y animales salvajes]