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Página 24 - Libro de Lengua y Literatura 2 de Octavo Grado

¿Qué es una novela de aventuras?

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[Ilustración: leona devorando a un uro junto a un tronco]

En un remolino de colmillos descubiertos y zarpas de acero la leona gigantesca destripó al enorme uro. Con un crujido de potentes quijadas, el mugido aterrado del bovino fue ahogado mientras el imponente carnívoro le abría la garganta. Un surtidor de sangre mojó el hocico de la cazadora cuadrúpeda y manchó de carmesí su piel atestada. Las patas del uro se agitaban todavía, mientras la leona le abría el estómago y le arrancaba un bocado de carne roja y caliente.

Un terror absoluto se adueñó de la niña; echó a correr dominada por el pánico mientras otro de los grandes gatos la observaba atentamente. La niña había penetrado sin saberlo en el territorio de los leones cavernarios. Normalmente los grandes felinos habrían desdeñado una criatura tan pequeña como lo es un humano de cinco años, pues escogerían sus presas entre los robustos uros, bisontes descomunales o gigantescos ciervos para satisfacer las necesidades de los hambrientos leones cavernarios. Pero la niña que huía se estaba acercando demasiado a la cueva que alojaba a un par de cachorros recién nacidos y maullantes.

El león de melena desgreñada, que había quedado al cuidado de las crías mientras la leona cazaba, lanzó un grito de advertencia. La niña levantó la cabeza y se quedó sin resuello al avistar al gigantesco gato agazapado sobre un saliente, preparándose para saltar. Gritó, se detuvo resbalando, cayéndose y arañándose la pierna con la grava suelta que había junto a la pared, y gateó para darse vuelta. Aguijoneada por un temor mayor aún, volvió corriendo por donde había venido.

El león cavernario brincó con una gracia lánguida, confiando en su habilidad para atrapar a la pequeña intrusa que se atrevía a profanar la santidad de la caverna infantil. No tenía prisa —ella se movía despacio en relación con la fluidez veloz del animal— y se sentía de humor para jugar como el gato con el ratón.

En su pánico, solo su instinto guió a la niña hacia un pequeño orificio junto al suelo en la fachada del farallón. Le dolía el costado y apenas podía respirar, pero se escurriría por un agujero justo lo suficientemente grande para ella. Era una cueva minúscula, poco profunda, apenas una hendidura. Se revolvió en el reducido espacio hasta encontrarse de rodillas con la espalda pegada a la pared, tratando de fundirse con la roca sólida que tenía atrás.

El león cavernario rugió su frustración al llegar al agujero y no poder alcanzar su presa. La niña tembló al oír el rugido y se quedó mirando con horror hipnótico cómo la fiera tendía la pata estirando sus garras curvas dentro del orificio. Incapaz de alejarse, vio cómo se acercaban las garras y gritó de dolor al sentir que se le hundían en el muslo rayándolo con cuatro profundos arañazos paralelos.