Página 77 - Libro de Lengua y Literatura 2 de Octavo Grado
¿Qué es un relato policial?
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entró, débil, del brazo del doctor Benedict, el médico de la familia.
La señora Hood examinó a sus hijastras con una especie de desprecio, y la cabeza se le bamboleó un tanto. Luego dijo:
—El doctor Benedict y el señor Strake dirán lo suyo, y luego yo diré lo mío.
—La semana pasada —comenzó a decir el doctor Benedict—, la madrastra de ustedes vino a verme para su revisión semestral. La examiné como de costumbre, a fondo. Si se tiene en cuenta su edad, la encontré de muy buena salud. Pero al día siguiente cayó enferma, por primera vez en ocho años. Pensé que era víctima de algún virus intestinal, pero la señora Hood hizo un diagnóstico distinto. Yo lo consideré fantástico. Sin embargo, insistió en que hiciese ciertas pruebas. Las hice, y ella tenía razón. Había sido envenenada.
Las regordetas mejillas de Penélope enrojecieron con lentitud, y las flacas mejillas de Lyra empalidecieron poco a poco.
[Ilustración: el doctor Benedict y las hijastras en la sala con un trofeo de caza montado en la pared]
—Estoy seguro —continuó el doctor Benedict, dirigiéndose a un punto ubicado con exactitud entre las dos hermanas— que entenderán por qué debo advertirles que de ahora en adelante examinaré a su madrastra todos los días.
—Según el testamento del padre de ustedes —dijo el señor Strake con brusquedad, dirigiéndose también a un punto equidistante—, cada una de las dos recibe una pequeña asignación de los ingresos de la finca. El grueso de dichos haberes pasa a manos de su madrastra, mientras viva. Pero en el momento del fallecimiento de la señora Hood ustedes heredan unos dos millones de dólares en partes iguales. En otras palabras, son las únicas personas en el mundo que pueden beneficiarse con la muerte de su madrastra. Como informé a la señora Hood y al doctor Benedict, si no aceptan como advertencia su enorme buena suerte en el fracaso del canallesco intento de asesinato, dedicaré lo que me quede de vida a hacer que sean castigadas hasta el máximo de lo que permite la ley. En rigor, mi consejo fue llamar a la policía en el acto.
—¡Llámela ahora! —exclamó Penélope.
Lyra nada dijo.
—Podría llamarle ahora, Penny —dijo la señora Hood, con la misma sonrisa leve—, pero ambas son muy astutas y podría no arreglarse nada. Mi más sólida protección consistiría en expulsarlas de la casa; por desgracia, el testamento de su padre me lo prohíbe. Oh, entiendo su impaciencia por librarse de mí. Tienen gustos lujosos, que no se satisfacen con mi manera sencilla de vivir. A las dos les gustaría volver a casarse, y con el dinero podrían comprarse sendos segundos esposos. —La anciana se inclinó un tanto hacia delante.— Pero les tengo reservadas malas noticias. Mi madre murió a los noventa y nueve, mi padre a los ciento tres. El doctor Benedict me dice que puedo vivir treinta años más, y tengo todas las intenciones del mundo de hacerlo así. —Se puso de pie con esfuerzo, aún sonriente.— En rigor, tomaré ciertas medidas para asegurarme de ello —dijo. Y salió.
Exactamente una semana más tarde, Ellery se encontraba sentado al lado de la cama de caoba de la señora Hood, bajo las miradas ansiosas