Página 148 - Libro de Lengua y Literatura 1 de Décimo Grado
El cuento
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hacia dónde? A su izquierda sobre el hombro, a la materia negra atrás de ella. La atracción es mucha, deja el maquillaje, coge una revista y se sienta frente al teléfono. Mientras el tiempo sigue sin pasar decide preparar un té, pone agua a hervir. La operación le toma seis minutos, tiempo que ve pasar en el reloj blanco de la cocina. Son las cinco y diez. Toma la infusión lentamente mientras mira la pared del corredor, no piensa, atenta al teléfono. No se distrae de esa ocupación hasta terminar el té. Lleva la taza hasta el lavabo. Toma una esponja y lava los platos. Cierra el grifo. Mira la pared sucia y piensa que podría lavarla, ve el reloj –cinco y media– ya no tiene tiempo. Se seca las manos y se dirige nuevamente al baño. Le faltan el blush y los labios. Busca en su bolso, le gusta el ruido que hacen todos los pomos medio vacíos y cajas viejas al rozarse dentro de la cartera. Suenan a campanas sordas. Eso le gusta. Solo para distraerse sigue buscando lo que ya encontró. Con movimiento ascendente coloca color en sus mejillas como ha visto en todas las revistas que compra. Se acerca al receptor, suena. Saca dos lápices de labios: abajo, en el centro, se pone el más oscuro; el otro se lo pone en el labio superior y en los costados del inferior. Se mira. La imagen que le devuelve el espejo le agrada. Recoge su pelo en un moño flojo. De un anaquel toma un rociador con agua mineral que difumina sobre su rostro. Está lista. Mira el reloj, seis y diez. Va a su cuarto y se acuesta inmóvil sobre la cama –para no arruinar su peinado– se cuida de pestañear en exceso para no manchar el maquillaje. Piensa qué se pondrá: su falda negra, para ocasiones especiales; la blusa aguamarina de seda; medias negras de lycra y sus únicos zapatos negros. Decide vestirse antes de salir para no arrugar su ropa y se queda quieta.
Esperando.
Afuera, la calle oscurece. Hace frío. Descubre la cobija y se mete dentro. Se pone de lado, ya no importa mucho el peinado, en un momento se lo volverá a arreglar. Al darse vuelta la toalla se abre y queda desnuda. Duerme.
Se levanta sobresaltada, sin pensarlo, acerca la muñeca derecha a los ojos –no ve nada– estira el brazo y prende la luz. Tiene que cerrar los ojos y llevarse una mano a la frente para protegerse del foco pelado, poco a poco se acostumbra y recuerda que no lleva puesto el reloj. Se destapa mientras su cuerpo desnudo choca con el frío, le cimbran los muslos hasta las ingles y siente náuseas. Sin darse cuenta de lo que hace, se envuelve en la cobija, busca sus pantuflas debajo de la cama y va a la cocina. Prende el interruptor, nuevamente tiene que forzar la vista antes de acostumbrarse a la luz. El reloj marca las once y media. No mira el teléfono, ni le interesa si da tono.
[Ilustración: Retrato de mujer pensativa]