Página 194 - Libro de Lengua y Literatura 2 de Octavo Grado
Características de los relatos de ciencia ficción
Contenido Página 194 - Libro de Lengua y Literatura 2 de Octavo Grado
—Bien, y ahora, ¿qué opinas, doctora Rash?
—Doctora Calvin —dijo Linda con los ojos desorbitados y con el corazón palpitándole fuertemente—, estoy horrorizada. No tenía idea. Nunca se me hubiera ocurrido que esto fuera posible.
—No —observó Calvin con calma—, ni tampoco se me hubiera ocurrido a mí, ni a nadie. Has creado un cerebro robótico capaz de soñar y con ello has puesto en evidencia una faja de pensamiento en los cerebros robóticos que muy bien hubiera podido quedar sin detectar hasta que el peligro hubiera sido alarmante.
—Pero esto es imposible —exclamó Linda—. No querrá decir que los demás robots piensen lo mismo.
—Conscientemente no, como diríamos de un ser humano. Pero ¿quién hubiera creído que había una faja no consciente bajo los surcos de un cerebro positrónico, una faja que no quedaba sometida al control de las tres leyes? Esto hubiera ocurrido a medida que los cerebros positrónicos se volvieran más y más complejos..., de no haber sido por este aviso.
—Quiere decir, por Elvex.
—Por ti, doctora Rash. Te comportaste irreflexivamente, pero al hacerlo nos has ayudado a comprender algo abrumadoramente importante. De ahora en adelante, trabajaremos con cerebros fractales, formándolos bajo un cuidadoso control. Participarás en ello. No serás penalizada por lo que hiciste, pero en adelante trabajarás en colaboración con otros.
—Sí, doctora Calvin. ¿Y qué ocurrirá con Elvex?
—Aún no lo sé. —Calvin sacó el arma electrónica del bolsillo y Linda la miró fascinada. Una ráfaga de sus electrones contra un cráneo robótico y el cerebro positrónico sería neutralizado y desprendería suficiente energía como para fundir su cerebro en un lingote inerte.
—Pero seguro que Elvex es importante para nuestras investigaciones —objetó Linda—. No debe ser destruido.
—¿NO DEBE, doctora Rash? Mi decisión es la que cuenta, creo yo. Todo depende de lo peligroso que sea Elvex.
Se enderezó, como si decidiera que su cuerpo avejentado no debía inclinarse bajo el peso de su responsabilidad. Dijo:
—Elvex, ¿me oyes?
—Sí, doctora Calvin —respondió el robot.
—¿Continuó tu sueño? Dijiste antes que los seres humanos no aparecían al principio. ¿Quiere esto decir que aparecieron después?
—Sí, doctora Calvin. Me pareció, en mi sueño, que eventualmente aparecía un hombre.
—¿Un hombre? ¿No un robot?
—Sí, doctora Calvin. Y el hombre dijo: «¡Deja libre a mi gente!»
—¿Eso dijo el hombre?
—Sí, doctora Calvin.
—Y cuando dijo «deja libre a mi gente», ¿por las palabras «mi gente» se refería a los robots?
—Sí, doctora Calvin. Así ocurría en mi sueño.
—¿Y supiste quién era el hombre..., en tu sueño?
—Sí, doctora Calvin. Conocía al hombre.
—¿Quién era?
Y Elvex dijo:
—Yo era el hombre.
Susan Calvin alzó al instante su arma de electrones y disparó, y Elvex dejó de ser.
[Ilustración: Susan Calvin dispara a Elvex tras su revelación]