Página 31 - Libro de Lengua y Literatura 2 de Octavo Grado
Elementos que componen la novela
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Caminaron a lo largo de la base del farallón mientras se alargaban las sombras. Cuando llegaron cerca de una cascada que caía desde el risco, lanzando en su rocío un brillante arco iris a los largos rayos del sol, Brun mandó que se detuvieran. Cansadasamente, las mujeres, dejaron su carga en el suelo y se desplegaron a la orilla de la poza que estaba abajo y de su arroyo, en busca de leña.
Iza tendió su manto de piel y acostó a la niña encima, antes de apresurar el andar a las demás. Estaba preocupada por la niña: tenía la respiración corta y aún no se había movido; inclusive su gemido era menos frecuente. Iza había estado pensando en la manera de ayudarla recordando las hierbas secas que llevaba en su bolsa de nutria. […]
La mujer que había caminado detrás de Iza echaba de vez en cuando una mirada hacia esa, con la esperanza de oírle hacer algún comentario. Todas las mujeres, y también los hombres aun cuando no lo demostraban, bullían de curiosidad reprimida. Habían visto recoger a la niña, y todos habían encontrado alguna buena razón para pasar al lado de la piel de Iza una vez establecido el campamento. Se especulaba mucho en cuanto a la razón de que la niña estuviera allí, al lugar donde estaría el resto de su gente y, sobre todo, por qué había permitido Brun que Iza llevara consigo a una niña que obviamente era de los Otros. […]
Iza no sabía por qué la preocupaba tanto una niña tan diferente del Clan, pero deseaba que viviera. Iza alzó a la niña en sus brazos y la llevó hasta la poza que había al pie de la cascada. La sumergió toda, dejándole la cabeza fuera, y lavó la tierra y el lodo seco que cubría el pequeño cuerpecillo.
El agua fría despertó a la niña, pero delirando. Se agitaba, se retorcía, llamaba y emitía sonidos diferentes de todo lo que la mujer hubiera oído anteriormente. Iza estrechó a la niña contra su cuerpo mientras la llevaba de regreso, murmurando dulcemente para calmarla con sonidos que parecían suaves silbidos.
Con suavidad, a la vez que con un cuidado experto, lavó las heridas con un trozo de piel de conejo porosa, previamente empapada en el líquido caliente en que había hervido la raíz de lirio.
Entonces quitó la pulpa roja, la puso directamente sobre las heridas, la cubrió con la piel de conejo y envolvió la pierna de la niña en tiras de gamuza suave para mantener la cataplasma en su sitio. Quitó del tazón de hueso el trébol molido, las tiras de corteza de aliso y las piedras con una ramita bifurcada, y lo puso a enfriar junto al tazón de caldo caliente. [...]
Iza volvió a examinar sus tazones, y entonces, colocando la cabeza de la niña sobre su regazo, se puso a alimentarla a pequeños sorbos con el contenido del tazón de hueso. Fue más fácil darle el caldo. La niña murmuró algo incoherente y trató de apartar la medicina amarga, pero inclusive en su delirio, su cuerpo hambriento anhelaba comer, Iza la sostuvo hasta que se sumió en un sueño tranquilo; luego comprobó los latidos de su corazón y su respiración. Había hecho todo lo que podía. Y la niña no estaba demasiado acabada, tenía una oportunidad. Ahora les correspondía a los espíritus y a la fuerza interior de la niña.
Iza vio a Brun que se acercaba a ella mirándola con disgusto. Se levantó rápidamente y corrió para ayudar a servir la cena. El jefe había apartado de su mente a la niña extraña, una vez pasada su reflexión inicial, pero ahora abrigaba ciertas reservas. Aun cuando era costumbre apartar la mirada para evitar quedarse mirando a la gente que hablaba entre sí, no pudo dejar de observar lo que estaba comentando su Clan. Al verlos intrigados porque él había permitido que la niña fuera con ellos, también él comenzó a hacerse preguntas. Comenzó a temer que la ira de los espíritus se acentuara más por la extraña que había entre ellos.
[Ilustración: utensilios e ingredientes para medicina tradicional]