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Página 84 - Libro de Lengua y Literatura 2 de Octavo Grado

Los personajes

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Contenido Página 84 - Libro de Lengua y Literatura 2 de Octavo Grado

rencias religiosas y de intereses, que sentía que nunca podría explorar ni entender. Esto era tanto más penoso por cuanto ella era la esposa más amante que un hombre pueda desear.

Ferguson explicaba así la situación:

"La dama empezó a mostrar ciertos rasgos extraños, totalmente ajenos a su carácter habitual, que es dulce y apacible. El hombre tiene un hijo de su primera esposa, un muchacho de quince años, muy simpático y afectuoso, aunque desdichadamente lisiado a consecuencia de un accidente en su infancia. En dos ocasiones se sorprendió a la mujer en el momento de atacar al pobre muchacho, sin la menor provocación por parte de este. Eso no fue nada, sin embargo, si se compara con su conducta con su propio hijo, un niñito que aún no ha cumplido el año. Hace cosa de un mes, este niño había sido dejado solo por su aya durante unos pocos minutos. Un fuerte grito del niño, como de dolor, hizo volver al aya. Cuando esta entró corriendo en la habitación, vio a la señora de la casa inclinada sobre el niño y, aparentemente, mordiéndole en el cuello. El niño tenía en el cuello una pequeña herida por la que salía un hilillo de sangre. El aya, horrorizada, quiso llamar al marido, pero la dama le imploró que no lo hiciera. No dio ninguna explicación, y de momento, no se habló más del asunto."

[Ilustración: la niñera horrorizada al ver a la mujer mordiéndole el cuello a un bebé]

Impresionada, desde entonces el aya vigiló estrechamente a su ama y montó una guardia más cuidadosa sobre el niño. Finalmente, el aya se lo contó todo al hombre. A él le pareció aquello una historia descabellada. Sabía que, salvo por los ataques contra su hijastro, era una madre amante. ¿Cómo, entonces, era posible que hubiera herido a su querido niño? Mientras hablaban, se oyó un grito de dolor. Aya y amo se abalanzaron juntos hacia el cuarto del niño. Imagínese sus sentimientos cuando vio a su mujer arrodillada junto a la cuna y que había sangre en el cuello al descubierto del niño y sobre la sábana. Profiriendo un grito de horror, volvió hacia la luz el rostro de su mujer y le vio sangre alrededor de los labios. Era ella, más allá de toda duda, la que había bebido sangre del pobre niño.

La mujer está ahora confinada en su habitación. El marido está medio enloquecido. Él sabe muy poco de vampirismo. Habíamos pensado que era algún cuento fantástico de tierras lejanas. Y, sin embargo, aquí, en Inglaterra, en el corazón mismo de Sussex... Bueno, todo esto podríamos discutirlo mañana por la mañana. ¿Acepta usted recibirme? ¿Querrá emplear sus notables talentos en ayudar a un hombre aturdido?

— Watson, haga el favor de enviar un cable, como un buen chico: "Estudiaré su caso gustosamente" —dijo Holmes.

La mañana siguiente, puntualmente a las diez, Ferguson entraba en nuestra salita.

— He visto por su telegrama, señor Holmes, que es inútil que me presente como emisario de otra persona —dijo—. Pero puede usted suponer lo difícil que resulta hablar así de la mujer que uno está obligado a proteger y ayudar. ¿Qué puedo hacer? ¿Es que está loca, señor Holmes? ¿Llevará esto en la sangre? ¿Ha conocido usted algún caso parecido en su carrera? Por el amor de Dios, deme algún consejo, porque ya no doy más de mí.