Página 86 - Libro de Lengua y Literatura 2 de Octavo Grado
Los personajes
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[Ilustración: hombre observando una colección de utensilios y armas sudamericanos colgada en la pared]
—En el primer caso, así fue. En el segundo caso, Jack fue la única víctima.
—Bien. En el punto en que estamos, me limitaré a decir que su problema no me parece insoluble, y que puede contar con que estaremos en la estación Victoria a las dos.
Era ya entrada la tarde de un triste y brumoso día de noviembre cuando llegamos finalmente a la vieja casa de campo aislada en que vivía Ferguson. Un olor a cosa vieja y enmohecida invadía todo aquel vetusto edificio. Ferguson nos condujo a una gran sala central. Las paredes estaban ornamentadas en la parte inferior por una línea de acuarelas modernas elegidas con gusto, mientras que en la parte superior colgaba una hermosa colección de utensilios y armas sudamericanos, que se había traído sin duda consigo la dama peruana. Holmes se puso en pie, con esa pronta curiosidad que surgía de su impaciente cerebro, y la examinó con bastante atención. Volvió con mirada pensativa.
—¡Vaya! —exclamó—. ¡Vaya!
Un spaniel, que había permanecido en una cesta en un rincón, se echó a andar lentamente hacia su amo, avanzando con dificultad. Sus patas traseras se movían irregularmente, y la cola le arrastraba por el suelo.
—El perro. ¿Qué le ocurre? —preguntó Holmes.
—Eso quisiera saber el veterinario. Una especie de parálisis. Meningitis espinal, pensó él.
—¿Le vino de repente? ¿Cuánto tiempo hace?
—En una sola noche, puede que hace cuatro meses.
—Muy notable. Muy sugerente.
—¿Qué ve usted en ello, señor Holmes?
—Una confirmación de lo que ya pensaba.
—Por el amor de Dios, ¿qué piensa usted, señor Holmes? ¿Puede que para usted sea un simple ejercicio intelectual, pero para mí es la vida o la muerte! ¡Mi mujer una asesina frustrada! ¡Mi hijo en constante peligro! No juegue conmigo, señor Holmes. Esto es terriblemente serio, demasiado serio.
Holmes le puso la mano en el hombro, tranquilizándolo.
—Me temo que la solución, señor Ferguson, sea cual sea, le reserva un dolor agudo. Se lo atenuaré todo lo que pueda. Por el momento no puedo decir más.
Tras disculparse, Ferguson se ausentó algunos minutos, durante los cuales Holmes reanudó su examen de los objetos curiosos de la pared. Cuando nuestro anfitrión volvió, estaba claro, por su expresión abatida, que su esposa no había hecho ningún progreso. Le acompañaba una joven, alta, esbelta, de tez morena.
—El té está listo, Dolores —dijo Ferguson—. Cuídese de que su ama tenga todo lo que desee.