Página 87 - Libro de Lengua y Literatura 2 de Octavo Grado
Los personajes
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—Está muy mala —exclamó la muchacha—. No pide comida. Necesita un médico.
Ferguson me miró con una interrogación en los ojos.
—¿Recibirá al doctor Watson?
—Que venga. No se lo preguntaré. Necesita un médico.
—Entonces, iré con usted de inmediato —dije.
Seguí a la muchacha por las escaleras y por un viejo pasillo. A su extremo había una maciza puerta lacada de hierro. Entré, y ella me siguió rápidamente, cerrando la puerta detrás de él. En la cama había una mujer, evidentemente con mucha fiebre. Estaba consciente solo a medias, pero cuando entré, unos ojos asustados, pero hermosos, me miraron con miedo. Al ver a un extraño, pareció sentir alivio. Avancé hacia ella pronunciando algunas palabras de confortación, y permaneció quieta mientras le tomaba el pulso y la temperatura. Uno y otra estaban altos, y, sin embargo, mi impresión fue que su condición era más de excitación mental y nerviosa que no de auténtica enfermedad.
—¿Dónde está mi marido? —preguntó la mujer.
—Está abajo, y le gustaría verla.
—No le veré. No le veré —y pareció entrar de nuevo en el delirio—. ¡Un diablo! ¡Un diablo! ¡Oh! ¿Qué puedo hacer con ese demonio?
La mujer debía sufrir alguna extraña alucinación. Yo era incapaz de imaginarme al honrado Bob Ferguson como diablo o demonio.
—Señora —dije—, su marido la quiere a usted tiernamente. Está muy apenado por lo que ocurre.
—Me quiere. Sí. Pero ¿no le quiero yo hasta el punto de sacrificarme antes que romper su corazón?
—¿Por qué no habla con él? —sugerí.
—No, no; no puedo olvidar aquellas palabras terribles, ni su expresión. No le veré. Ahora váyase. No puede hacer nada por mí. Dígale solamente una cosa. Quiero a mi hijo. Tengo derecho a mi hijo. Este es el único mensaje que puedo enviarle.
Volví a la sala de abajo donde Ferguson y Holmes seguían todavía sentados junto al fuego. Ferguson escuchó pensativamente mi narración de la entrevista.
—¿Cómo puedo mandarle a su hijo? —dijo—. ¿Cómo podré jamás olvidar cómo se levantó del lado de la cuna con sangre en los labios? —se estremeció al recordar—. El niño está seguro con la señora Mason, y debe seguir con ella.
En ese momento se abrió la puerta y un jovencito entró en la habitación. Su aspecto llamaba la atención: cara pálida, cabello rubio, expresivos ojos azul pálido que se encendían en súbita llama de emoción y alegría cuando su mirada se posaba en su padre. Se abalanzó hacia él y le rodeó el cuello con los brazos.